Hoy debería hablar del cine, pero tengo miedo a repetirme. Debería hablar de cómo me colé en una casa e hice toc toc en una ventanita que estaba a ras de suelo. De cómo me quedé de pie esperando y una cabecita asomó y después vino hacia la puerta. Contaría cómo me abrió una mujer de unos 40 años que me preguntó qué quería, y cómo yo le dije que era una pobre estudiante que quería hacer un reportaje. Entonces os relataría cómo me dijo que para eso tendría que hablar con su padre, y cómo lo fue a llamar y de pronto estuve ante él, ante Latino.
Y os diría cómo Latino me explicó que tenía poco tiempo y cómo me preguntó por qué ese cine era tan importante, y cómo yo le dije que para mí era mi cine porque soy de la zona. Movería los brazos con emoción al contaros cómo me dijo que pasara y cómo de pronto me encontré en la sala de máquinas del cine. Funcionando. Os hablaría del ruido de los dos enormes artilugios que hacen posible el cine, de la oscuridad y de la luz de esa sala, de la imagen pequeñita que se proyecta y que vuela y vuela hasta llegar a la pantalla. De la gente diminuta, de los de ahí abajo que nunca miran hacia atrás y se preguntan qué hay tras ese agujero del que sale la luz.
Os hablaría de lo que abrí los ojos cuando Latino me dijo que había montado el cine con 18 años y os contaría cómo me agarraba el brazo al explicarme que es un negocio muy esclavo, que desde que empezó no hubo para él ni bodas ni bautizos. Y entonces me quedaría absorta pensando en él y en sus 77 años, imaginando la primera película y la primera gente, y 58 años de fines de semana llenos de historias.
8.5.06
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3 tortugas:
Non te podes nin imaxinar o que me gustaria ter estado ahí.
Estou tendo unha idea...
pero no nos lo vas a contar
¿no?
Sí, somos melancólicos. Pero la melancolía es preciosa y nadie tiene derecho a quitarnosla
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