Esto nos confundiría si hubiésemos llegado a Viena sin una guía turística o si hubiésemos cogido un autobús al azar. Pero no. El autobús era el 35A, que lleva hasta Neustift, un antiguo pueblo vitícola al que Viena ha engullido-junto con Grinzing y Heiligenstadt- al crecer. Estos pueblecillos rodeados de vinhedos -que ya no son pueblos, no, ahora son Viena- viven ahora del turismo, ofreciendo en sus establecimientos (los llamados heurigen) el vino que ellos mismos producen y comida en forma de buffet.
Ayer, sin embargo, no había turistas. Al escoger Neustift en vez de cualquiera de los otros dos, adonde llegamos fue a un rinconcillo en el que entrever Austria con sus vinos en vez de Viena con sus cafés. En las mesas largas, el camarero llega y enseguida te recomienda, claro, su vino, a 8,80€ el litro en casi todos los lugares. El vino te lo sirven, pero si quieres comida, tienes que levantarte, pedirla en la barra y pagar al momento. Las camareras van vestidas con su dirndl (traje tradicional) y recorren el establecimiento con bandejas cargadas de vasos, mientras tú -pobre turista en la Austria profunda -empiezas a notar un efecto no esperado después de un simple vasito.
En las mesas que nos rodean, típicas austríacas jubiladas que han dejado su gorrito tradicional en la entrada, llenan una y otra vez sus vasos sin ponerse rojas ni elevar la voz, y una familia al completo -con perro incluido -cena suculentos platos llenos de patata y embutidos.
A las 7.30 cogemos el autobús de vuelta con sensación de 3 de la madrugada. Integrarse en la cultura austríaca requerirá algo más de entrenamiento.
3 tortugas:
Interesantes esos locales vieneses... a pesar de que no soy un gran fan del vino.
oh
dan hasta ganas de ir a visitarte!
claro, visitadme!
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